¿Cómo se desarrolla el capital emocional?

Entendemos por capital emocional al conjunto de emociones y experiencias que definen cómo construimos nuestra percepción, así como el modo en que interactuamos, interpretamos, nos expresamos y experimentamos la realidad. Este proceso funciona de dentro hacia fuera, comienza como experiencia personal y termina compartiéndose con los demás. Cuando aprendemos a adaptarnos y a ser reflexivos ante las situaciones cotidianas, manejamos mucho mejor nuestro estado emocional y esto nos ayuda a conocernos mejor.

Desde pequeños aprendemos escalonadamente a gestionar las emociones, se nos enseña a identificarlas y a entenderlas, pero el manejo emocional solo llega en la madurez. Lo que vivimos se considera subjetivo y personal, acontecimientos únicos y relacionados con la experiencia social.

Uno de los aspectos más relevantes del capital emocional es el poder de los pensamientos y emociones positivas: aumentan la fortaleza personal y refuerzan vínculos sociales. Además, ensanchan nuestro horizonte intelectual y nos permiten resolver los problemas con mayor rapidez.

Las personas optimistas alcanzan con más facilidad una situación anímica positiva y estable, mostrándose más dispuestas a colaborar. Los buenos pensamientos generan una reacción en cadena que mejora el ánimo y la disponibilidad, lo que a su vez induce nuevas emociones positivas.

La receta perfecta que podemos enseñar a los niños tiene como ingredientes clave la risa, el buen humor, y la búsqueda de la felicidad en las cosas sencillas. Invertir en el desarrollo del capital emocional de nuestros hijos es algo necesario, que mejorará su desarrollo personal, social y laboral. En realidad, se trata de que los peques aprendan a vivir en positivo, de manera emocionalmente inteligente y armados de recursos que mejoren su bienestar y calidad de vida.

Rocío Moreno

Equipo de Educación

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